CAMBRILLÓN Y CASOLETA.
LA GLORIA POR EL SUELO
-¿Ves
cómo nos mira la gente, compañero, carnal y amigo?
-Dirán
que somos locos porque, en Navidad, no estamos muriéndonos de risa sino de
hambres. De hambres lentas, para mayor abundamiento.
-Sin
embargo, démonos a la risa, que algo queda, aunque sea un remedo de ella, para
complacer al mal gobierno y satisfacer a las damas metafóricas que todo lo ven
bueno y bonito en este mundo de fealdad sólo aparente.
-Al
diablo todos ellos juntos. ¿Por qué reír?.
Ni que estuviésemos en la gloria. ¿Acaso podemos derretirnos de gozo entre las
muelas y las caries de este dolor impío?.
No podemos sentir felicidad, ni que los ángeles canten los más hermosos
ditirambos al son de los caránganos y de las chirimías. Ni que los
chimbángueles, con variedad de tonos, resuenen en ambigua competencia, ni los
orfeones del cielo hagan vibrar sus voces en manojos de luz, arrojados al
infinito como polvos de oro fino, por la mano de Dios. Ni que el sol sonría con dentadura nueva y los cielos lloren estrellas
como lágrimas sonoras que hagan tremar la Tierra, casi hablar y
gemir como mujer en celo. Ni que
se desborde la alegría, como crema de mantecado y chocolate, de la copa azul
del universo, y todo él responda con creces al holgorio universal.
-¡Caramba,
amigo! ¡Qué cursicantos te gastas
esta Nochebuena. De algo nos está sirviendo, de todos modos, esta dulce
Navidad. No sólo a ti, porque en este momento los ángeles del sentir poético
colocan sobre tus sienes la corona de laurel, sino también a mí, porque me estás regalando con tu estro de
antigua chapa, ese ramillete de la más
ebúrnea inspiración, arrancada, sin duda, del pozo más profundo del alma.
-¡Corona
de Laurel? Ni de Hardy siquiera, pues estamos menos que flacos y en absoluto nada
de gordos!. Pero, en todo caso debo darte las gracias, pues me abrumas con tus
alabanzas y ponderaciones nunca merecidas.
-Sí
que las mereces, y más, porque se te reventó la vena poética a la altura del
corazón, portento y merced que los dioses otorgan sólo a los más eximios. Lástima
que no tengamos valía en el concierto universal de las bellas letras, pues así
te coronarías con un bueno y sonoro Nobel que podrías recibir con liquiliqui, corbata y guachicones
nuevos.
-No
son premios los que deseo, sino caldo y arepas, que con eso me conformo. Y no sueñes,
amigo, que los sueños son pesadillas
para nosotros los pobres ultra, que
nada tuvimos y nada podremos tener, ni adarmes de esperanza, menos de fe.
-Cuidado,
amigo, no peques. Aunque estemos
sufriendo y no gozando, no debemos
enturbiar la alegría del Mundo con
pensamientos lacrimosos porque entristecen al Señor cuando nace su hijo para
bendecir la Tierra- como predicó el Padre Perucho en la Misa del Gallo, que
hace poco escuchamos por los altoparlantes de la torre Eiffel.
-Del
gallo o de la gallina, me da igual. Porque el gallo cantó tres veces y la
gallina no ha puesto para nosotros ni siquiera
huevos chimbos. Han pasado dosmil años, y nosotros seguimos dejando los
cueros y rompiendo hilachas y pegas, sin recibir las bendiciones navideñas, sino
pura penitencia, sin poder saborear no
sólo la pecaminosa carne de lechones frescos, pero ni siquiera de pescado con
escamas y sangre seca.
-Esperemos
siempre lo mejor, como dice Francisco. Hay que esperar a ver si por fin
empezamos a recibir los réditos por tanto sufrimiento. Las bendiciones
papales deben dar algún resultado, aunque sea en el otro mundo. Tengamos
esperanza, amigo. Yo la tengo.
-Pues
a mí me debe estar fallando alguna endorfina, pues la esperanza no me alcanza y
las bendiciones me dejan más vacío.
-Comienza
por tener un poco de fe, y tendrás algo de esperanza,
-Y
así desembocaré en la caridad, para que
dar a otro lo poco que tengo y quedarme sin ayuda, más pelado que estornudo de
pobre, y sin gratitud siquiera.
-Ah,
no, amigo. De gratitudes no me hables, porque ésa es una planta que no suele
cultivarse y que, si se cultiva, muere al poco tiempo. De gentuza ingrata está
enladrillado el infierno. Porque el ser humano es de tal factura descompuesta y
corrupta, que aparenta agradecimiento
porque le conviene que los favores se mantengan, pero lo olvida y lo desecha cuando los favores
cesan. Además, la gratitud tiene frágil memoria y se desvanece como el viento.
-Mira,
amigo. Conversando conversando, como quien no quiere la cosa ha vencido la
noche y el amanecer está cerca. Mejor aprovechemos para echar una pestañeada y
soñar Navidades sobre estos cartones nuevos que nos regaló Chang Chito, el
único ser amable que nos trajo la invasión china.
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