MAL NEGOCIO
Juan José Bocaranda E
Estúpido
negocio ése de andar envidiando. Porque el envidioso nada gana y todo lo pierde.
Agota sus energías físicas y
psicológicas en un esfuerzo permanente e inútil. Le ocurre como en el cuento
aquél donde el sapo, envidiando la estatura del toro, quiso alcanzarlo y de
tanto aventarse reventó en mil pedazos, en el más estúpido de los suicidios.
Un
abogado envejeció prematuramente, hasta que a los 35 años le reventó el
corazón. Frenético, arrojaba espuma cada vez que veía en otros algo que él no
tenía o no podía tener, o algo que otro era y él jamás llegaría a ser. Cuando
se enteraba de que una persona – salvo su mujer- iba a estudiar Derecho, tenían
que llevarlo a terapia intensiva, pues
le atacaba una crisis demencial. Pero, como la envidia es la enfermedad de los
estólidos, no sólo perniciosa sino también contradictoria, andaba con una lupa
descomunal uscando motivos para sancocharse el hígado. Así, solía preguntar
a sus colegas cómo les iba en el ejercicio, para comparar su éxito con el
bienestar ajeno y adquirir un efervescencia estomacal de quinto patio. ¡Y cómo
chillaba cuando algún abogado cometía la
estupidez de decirle que acababa de publicar un libro¡…
Por
algo dijo Sócrates que la envidia es la suciedad del alma; un veneno,
que consume la carne y seca el tuétano de los huesos. Pero, lo peor de todo es
que el envidioso ignora que cuando envidia está rindiendo tributo silencioso y
torcido al valor de la persona envidiada.
La
envidia es un animal con doble dentadura. Una dentadura externa y otra interna.
Con la primera, se dedica a destrozar vidas ajenas, socavando, envenenando, creando mal ambiente,
desprestigiando, enlodando reputaciones, sembrando cizaña, buscando dividir,
enemistar e inocular en los demás el morbo de su esencia putrefacta. Con
la segunda dentadura, el envidioso se muerde y se destroza sus propias
entrañas. La envidia tiene una raíz tanática: lo que espera al envidioso no es
la vida sino la muerte. El envidioso se suicida en forma lenta. Vive enfermo y no sabe por qué. Padece de taquicardias, de úlceras, de
indigestión....y eso se debe a que la envidia es un animal de diezmil anos y destila por todos los orificios al mismo tiempo, contaminando la sangre.
Si
el envidioso, en lugar de apuñalearse,
procurase leer el libro “Sana tu cuerpo”, de la Dra. Louise Hay,
encontraría de lo que es capaz aquella carcoma interior. Y es que no hay
envidia sin resentimiento. Y el
resentimiento connatural a la envidia,
hierve con acidez y ataca diferentes órganos del cuerpo.
Por
eso, si una persona se nota algunos de estos síntomas, piense y analícese a ver
si le asaltan, sin darse cuenta, oleadas de envidia contra los amigos, los
vecinos, los colegas o sus propios hermanos: arrugas prematuras, asma, bursitis, cáncer, cólicos, colon irritable,
conjuntivitis, ataques al miocardio, depresiones, eccema, estreñimiento,
flebitis, forúnculos, problemas en la garganta, halitosis, herpes labial,
problemas hepáticos, crisis nerviosas, reacciones viscerales, reumatismo,
úlceras, tumores, verrugas, vértigos, vómitos. Acuda al médico y tome los
medicamentos que le prescriba. Pero, también, analícese. Cuídese de los
mordiscos de ese animal que envenena el alma, corrompe la sangre, pudre las carnes, corroe los huesos y
empuja hacia la sepultura antes de tiempo.
La
envidia es propia de los estúpidos, porque el envidioso nada gana y todo lo
pierde, hasta la salud y la vida…Pero ¿quién lo convence de esto, si por encima
de todo es torpe?
Tener
envidia: la forma más estúpida de
suicidarse, porque se hace con venenos corrosivos y ocultos.
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