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jueves, 21 de noviembre de 2013

MAL NEGOCIO. J,J, Bocaranda E








MAL NEGOCIO

                         Juan José Bocaranda E

                                 




Estúpido negocio ése de andar envidiando. Porque el envidioso nada gana y todo lo pierde. Agota sus energías  físicas y psicológicas en un esfuerzo permanente e inútil. Le ocurre como en el cuento aquél donde el sapo, envidiando la estatura del toro, quiso alcanzarlo y de tanto aventarse reventó en mil pedazos, en el más estúpido de los suicidios.

Un abogado  envejeció prematuramente,  hasta que a los 35 años le reventó el corazón. Frenético, arrojaba espuma cada vez que veía en otros algo que él no tenía o no podía tener, o algo que otro era y él jamás llegaría a ser. Cuando se enteraba de que una persona – salvo su mujer- iba a estudiar Derecho, tenían que llevarlo  a terapia intensiva, pues le atacaba una crisis demencial. Pero, como la envidia es la enfermedad de los estólidos, no sólo perniciosa sino también contradictoria, andaba con una lupa descomunal uscando motivos para sancocharse el hígado. Así, solía preguntar  a sus colegas cómo les iba en el ejercicio, para comparar su éxito con el bienestar ajeno y adquirir un efervescencia estomacal de quinto patio. ¡Y cómo chillaba  cuando algún abogado cometía la estupidez de decirle que acababa de publicar un libro¡…

Por algo dijo  Sócrates que la  envidia es la suciedad del alma; un veneno, que consume la carne y seca el tuétano de los huesos. Pero, lo peor de todo es que el envidioso ignora que cuando envidia está rindiendo tributo silencioso y torcido al valor de la persona envidiada.

La envidia es un animal con doble dentadura. Una dentadura externa y otra interna. Con la primera, se dedica a destrozar vidas ajenas, socavando,  envenenando, creando mal ambiente, desprestigiando, enlodando reputaciones, sembrando cizaña, buscando dividir, enemistar e inocular en los demás el morbo de su  esencia putrefacta. Con la segunda dentadura, el envidioso se muerde y se destroza sus propias entrañas. La envidia tiene una raíz tanática: lo que espera al envidioso no es la vida sino la muerte. El envidioso se suicida en forma lenta. Vive  enfermo y no sabe por qué.  Padece  de taquicardias, de úlceras, de indigestión....y eso se debe a que la envidia es un animal de  diezmil anos y  destila por todos los orificios  al mismo tiempo, contaminando la sangre.

Si el envidioso, en lugar de apuñalearse,  procurase leer el libro “Sana tu cuerpo”, de la Dra. Louise Hay, encontraría de lo que es capaz aquella carcoma interior. Y es que no hay envidia sin resentimiento. Y el  resentimiento  connatural a la envidia, hierve con acidez y ataca diferentes órganos del cuerpo.

Por eso, si una persona se nota algunos de estos síntomas, piense y analícese a ver si le asaltan, sin darse cuenta, oleadas de envidia contra los amigos, los vecinos, los colegas o sus propios hermanos: arrugas prematuras,  asma, bursitis, cáncer, cólicos, colon irritable, conjuntivitis, ataques al miocardio, depresiones, eccema, estreñimiento, flebitis, forúnculos, problemas en la garganta, halitosis, herpes labial, problemas hepáticos, crisis nerviosas, reacciones viscerales, reumatismo, úlceras, tumores, verrugas, vértigos, vómitos. Acuda al médico y tome los medicamentos que le prescriba. Pero, también, analícese. Cuídese de los mordiscos de ese animal que envenena el alma, corrompe la  sangre, pudre las carnes, corroe los huesos y empuja hacia la sepultura antes de tiempo.

La envidia es propia de los estúpidos, porque el envidioso nada gana y todo lo pierde, hasta la salud y la vida…Pero ¿quién lo convence de esto, si por encima de todo es torpe?

Tener envidia:  la forma más estúpida de suicidarse, porque se hace con venenos corrosivos y ocultos.

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