UNA
DAMA DEL PALEOLÍTICO SUPERIOR
Juan José Bocaranda E
-“¡ Vieja, una arepa de pezones de
mastodonte, pero ya !”,
Era
un arriero de dinosaurios que había irrumpido en la arepera, desalojando con el corpacho el
aire más o menos puro del establecimiento.
Un
señor decente, bien vestido y hasta elegante que había entrado antes que el
troglodita, quedó no sólo marginado, sino, peor aun, absolutamente ignorado cuando lo desplazó aquella catadura infernal, mediocubierta por una piel de
mamut y blandiendo un tronco.
El
señor, sencillamente, era menos que insignificante. No existía para la dama que
prestaba servicios en la arepera. Para ella, ese cliente perfumado no era ni
siquiera un mosquito que con una vocecita de corneta aguda le hubiese dicho a
la entrada de la cueva auditiva, sembrada de largos pelos mugrosos:
-Buenos
días, señora. Por favor una arepa con queso de mano.
No.
Aquella auténtica dama del paleolítico superior no estaba capacitada para
comprender una comunicación de mínima racionalidad. Ignoraba por completo lo
que significaba respeto, decencia, buena, esmerada y pronta atención para con
alguien que no acabara de salir de la cueva como ella.
En un
instante atendió y sirvió a congénere. No así al señor decente, quien tuvo que
largarse a otra comarca cavernaria a ver si lo atendían…
Pese a lo que muchos creen, en
“la tierra de nadie” de los cavernícolas, el desarrollo tecnológico no extingue de por sí el primitivismo. De lo
contrario no veríamos por allí tantos primates con dos y tres celulares.
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