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miércoles, 11 de diciembre de 2013

EL SOMBRERO DE RITO ALCUNA. Juan José Bocaranda E





El  SOMBRERO DE RITO ALCUNA
                 Juan José Bocaranda E

Rito adquirió la inmortalidad por mérito propio.
 No se supo que estuviera enfermo alguna vez. Desdentado, flaco, siempre sonriente y bondadoso, iba de uno a otro lado arrastrando la pobreza, pero sin quejarse ni maldecir.
Martillos, pegalapega, clavos, tachuelas, alambres, cabuyas, cables, cucharas de albañil, cuchillos de zapatero, leznas de talabartero, alicates de electricista, tijeras de latonero, serruchos de carpintero, brochas gordas y astrolabios de marinero: era su “cajón de los trabajos”.
Todo lo transportaba en un carro de madera y latón. Se anunciaba con una bocina de viento que, con quejidos lastimeros ( ataruuuga uuuga uuuga), iba repartiendo tristeza, como el pequeño autobús modelo Pa,  fabricado por Ford, cuando pasaba por la polvorienta carretera.
Pero, vayamos a lo que más llama: el portentoso  sombrero de Rito.
El sombrero fue una deferencia  y una merced muy especial de San Caracciolo del Piamonte, al pueblo de Timbisay, del cual era patrono.
Entre el santo y el párroco, Angelo Fiore, existía un vínculo muy especial, porque ambos eran italianos y dialogaban en el más puro latín ciceroneano,  y porque el sacerdote estaba cerca de la beatificación.
En sueños, San Caracciolo le exigió al párroco que a su “hijo más preciado”, Rito, se le  coronase con el sombrero en plena misa, el día de las fiestas patronales, siguiendo “per quanto possibile”, el ritual utilizado en la coronación de Napoleón como emperador de los franceses. Y agregó:
-Hago todo esto porque no soy un patrono momificado sino en pleno vigor, que desea rescatar a este pueblo de la tristeza que lo agobia desde su fundación. Quiero brindar a Timbisay un permanente motivo de alegría, y para ello un sombrero musical que me ha sido inspirado en el Cielo por los Ángeles del Bel Canto. Nadie mejor para portarlo que mi hijo Rito, el más fervoroso de mis devotos…Timbisay, a partir de ahora, será otro”.
El sombrero le fue impuesto el día de San Caracciolo de 1.900.com.
Era de alas super-anchas y cucurucho extralargo, retorcido como un torniquete puntiagudo. En él se observaban orificios, desde la penumbra de los cuales se escuchaba desde ya el bullir de la vida.
Ese día, apenas cesaron los cohetes de la festividad del santo, Rito salió a la plaza ostentando su corona. Vinieron de no se sabe dónde, tres canarios, dos turpiales y un lorito criollo, que se sentaron al borde del ala del sombrero. Bajo la batuta del lorito, quisquillosamente exigente y melenudo, cantaron a capela, entonando en latín un himno solfeggio, en honor a Rito coronado. Y lo hicieron con letra, ritmo, armonía y melodía tales, que muchos hubieran deseado tener grabadores para apresar tanto portento. Después se supo en el pueblo que algunos turistas avispados habían grabado aquella maravilla musical y se habían enriquecido con la venta de CDs, de traducción simultánea. Hasta rodaron una película (“Los pájaros cantores de Viena”), que treinta años después sería proyectada en el “Teatro Rito Alcuna” de Timbisay.
Finalizado el himno, canarios, turpiales y lorito quedaron sobre el redondel del ala, semejando una de esas fuentes de agua adonde acuden las aves a beber. Incitados por el lorito, cantaban y aleteaban llenos de alegría.
La gente no quería retirarse. Pero, las aves tomaron posesión de sus huecos en el cucurucho del sombrero, y se echaron a dormir.
Sin embargo, a Rito le dio por bailar, por su cuenta y riesgo. Más alegre que un charro. Espetándose como los gallos mexicanos. Y haciendo gargarismos musicales que hubiesen podido competir con el Aceves Mejías  de los  mejores tiempos.
Ese día  jamás pudo ser olvidado. Para presumir, el cronista del pueblo tomó debida nota y muchas fotografías, que envió a la prensa y publicó en varios de sus blogs de Internet.
La cámara municipal nombró a Rito, “hijo musical de Timbisay”, y decretó la erección de una estatua, que aún permanece firme y aseada, a la entrada norte del pueblo, y la cual puede ser visitada por los turistas, con la condición, por ordenanza, de que le depositen flores nuevas, no de cartón. Además, decidieron darle el cargo de “difusor musical de la patria”, a raíz de lo cual se paseaba por el pueblo para disipar la tristeza donde quiera que estuviera agazapada.
Como los pájaros cantores vivían en el sombrero, había música disponible a todo instante y a pedir de bocas: un turista norteamericano se inspiró en el sombrero musical de Rito e inventó, primero, la rockola,  y, después, los tocadiscos portátiles.
Cuando alguien estaba muriendo, primero llamaban a Rito que al médico o al cura, para que las ondas musicales de sus pájaros, le abrieran caminos hacia el cielo. Además, el beneficio colateral para los deudos que, en vez de ponerse a llorar, se ponían a bailar en pleno velorio y alrededor de la tumba. Todos temblaban frenéticos durante largas horas, mientras el sombrero giraba como un tornado de luces, notas y colores y Rito se agitaba como una de las palmeras de la plaza con vientos de tempestad.
Debido a esta práctica de amenizar los velorios y los entierros con las aves canoras, se tornó frecuente que las almas de los familiares siguieran morando en sus casas, viviendo exactamente como antes, con la única diferencia de que, si  habían sido prisioneras de un cuerpo físico, ahora  eran de presencia sutil, como los lampos.
Tal fue la fama de Rito como “hombre orquesta”, que  realizó una presentación extremadamente exitosa en el  “Carnegie hall” y dos en la parroquia natal de San Caracciolo,  donde le fue regalado un atril de plata y oro, con adornos de alabrastro, para que cantara con los pájaros en la misa dominical.
La Onu, la Unesco y la Otan también tuvieron el honor de recibir y escuchar a Rito. Por su parte, la propia reina de Inglaterra lo armó “caballero de hierro”, en la famosa Abadía de Westminster.
Mareado de tanto girar, Rito rechazó ofertas de Hollywood, de los cineastas europeos y de la India, y retornó a Timbisay, tratando de volver  a su antiguo trabajo de servicios múltiples. “En este mundo, decía, hasta los pájaros cansan”.
A lo anterior se sumó la división del grupo musical en dos: de un lado, los canarios, apegados a las tonadas tradicionales y clásicas; del otro, los turpiales, iconoclastas, empeñados en imponer la cantaleta del  raparrapan, que acaba con los grupos, estrangula el canto y apaga la luz. Finalmente, el lorito, frenético por mantener la unidad del grupo bajo una sola batuta, lo cual lo sumía en tal angustia existencial, que hubo necesidad de llevarlo a los psiquiatras.
Un día Rito fue al centro de la plaza y encendió los motores del sombrero. Como un  helicóptero supersónico, se elevó y se elevó hasta que se perdieron en las nubes.
El pueblo vistió de luto porque pensó que lo perdían para siempre.  En el frente de cada casa fijaron lazos inmensos con forma de mariposas negras. Los perros sumaron la manifestación de su dolor, dándose a llorar por turnos, día y noche, con aullidos de lobo que helaban el corazón y atraían a los turistas.
Sin embargo, aunque tal vez  no sea muy bueno en eso de caridades, el pueblo tiene fe y sobra de esperanza. Así, para dejar en claro la lealtad a Rito ausente, la gente quiso sustituir su realidad física por la ilusión de su presencia. Por eso decidió levantarle altares.
   Algunos recogieron firmas con la súplica, al sacro colegio de cardenales, de que Rito fuera canonizado bajo el padrinazgo del patrono del pueblo, y  por vía rápida, ya, antes de que se les enfriara el guarapo de  la devoción.
                Pero, un domingo después de misa, una nube fue descendiendo desde muy alto, como un águila inmensa, y se posó en el centro de la plaza: era “el Sombrero”. Rito puso pies en tierra dando brinquitos como los paracaidistas más profesionales. Le dio la bienvenida una ola de sombreros de cogollo,  que, cantando como pájaros, revolotearon sobre el pueblo durante todo el día. ¡Rito estaba  de regreso,  y con pájaros de trova nueva!.
Bien lo había predicho San Caracciolo: “Timbisay será otro a partir de ahora”…
El nombre de Timbisay quedó únicamente para el papeleo oficial. En la vida cotidiana, el pueblo pasó a ser llamado por propios y extraños, “Pueblo Alegría”. Y es que la alegría y la música del “Quinteto de San Caracciolo” constituían una sola unidad, monolítica y vibrante, cuyas ondas compenetraban el suelo, saturaban el agua, formaban parte natural del aire y se sembraban en el ser y en la sangre de quienes nacieran en esa “tierra de la buena gracia”.
Nacer en Pueblo Alegría era un privilegio, una bendición. De ahí que muchas madres, a punto de dar a luz, poco antes de romper fuente, procuraran pisar tierra dentro de los linderos de ese pueblo bendecido por Dios. Porque al percibir las vibraciones telúricas, los hijos nacerían alegres, sonrientes y dicharacheros, con el don de una alegría que no los abandonaría ni en las situaciones más difíciles ni en las circunstancias más negativas de la vida. Además, la vocación inevitablemente musical: el que no sería compositor, director o virtuoso del canto o del manejo de algún  instrumento musical, por lo menos sería  melómano y hasta musicólogo, como profesor de teoría musical o de la historia de la música desde los primeros tiempos.
Hoy, en Pueblo Alegría, bajo la dirección de un lorito totalmente recuperado, aunque no menos quisquilloso, los pájaros de Rito cantan sin fin. Tú, si tienes un poco  de sensibilidad, imaginación y sentimiento,  los puedes escuchar. Pero, te aconsejo no vayas en carnavales, porque la música diabólica es la que prevalece, y los pájaros de San Caracciolo se retiran a las montañas, de donde regresan varios días después de la “octavita”.
Por lo demás,  en las noches de mucha neblina, Rito y Luz Caraballo se dan cita en la plaza de Timbisay. Enamorados y novios, comen cotufas sin sal, cantan, gritan, danzan, ríen, y te invitan a bailar.



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