EL HERACLITEANO
El “Laboratorio de Filosofía” de “El Heracliteano” se encontraba en el
último de los cincuenta y ocho pisos del edificio más alto de Atenas. Cuando
íbamos por el vigésimo, trepando escaleras, quisimos matar a Tales, dueño de la
idea de asistir a la “interesantísima conferencia” que aquella noche daría el
eminente profesor trauma cum laude”.
Jadeando llegamos finalmente al piso
donde el hierático doctor había entronizado su torre de cristal, a nivel
del Olimpo.
Sutil, con la actitud de quien sostiene en delicada siniestra una cajilla
de rapé, alzando los translúcidos dedos, como si en verdad estuviese por
absorber aquellos polvos invisibles, “El Heracliteano” musitaba filosofías,
con voz apenas perceptible, andando con breves y sospechosos pasos, cual si no
quisiese romper el culiapretado equilibrio sapiencial.
Quilón, en el último asiento, por más que aguzaba los embudos no cazaba
palabra alguna, de aquella suerte de espectro. Levantó, pues, la mano para
pedir al expositor que hablara más fuerte.
El ente se sintió conmocionado por el vozarrón. Temblando, rojo de rabia,
hubiese querido llamar a los sicarios para que expulsaran al “revoltoso
oyente”. Pero no lo hizo porque la campánula de alarmillas la había dejado
inerte y desmayada sobre la mesilla de noche.
Se arrechó entonces Quilón y yendo a la tarima doctoral, levantó en vilo
al merengue del saber y lo sentó sobre el escritorio.
-Me llena de encojonamiento ontológico que un “fumador de silogismos” ose
asumir el pensamiento de mi compadre Heráclito, con finas vocecillas de
afeminamiento, cuando es un hecho que si algo caracterizó a mi amigo fue su
hombría. Filosofillos como éste, hacedores de consomés didácticos, son los que
llevan a cobrar odios contra la verdad, por lo que se convierten en
propugnadores de la mentira.
Lo que me causa más dolor y desata mi rabia, es haberme hinchado las
“batatas” para venir a escuchar a este mosquito...”
Alguien quemó unos triquitraques. Se escucharon la sirenas de las
radiopatrullas. Desde la azotea vimos
llegar a los policìas con sus blancas cabezas de cáscara de huevo. Nos
chorreamos por el tobogán de los bomberos.
Heráclito nos envió un mensaje de texto “Gracias amigos...No inventé mi
teoría para que vividores de mi pensamiento, hagan pirotecnias parroquiales.
La inventé para que las generaciones se den cuenta de que hay que meterle
candela a las cosas inservibles. Mi filosofía no es del aire. Ni del ayer: es
del hoy, para la tierra y para ya”.
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