MEMORIAS DE DIÒGENES
EL PRINCIPIO DE ARQUÍMEDES
“¡Oh Arquímedes, hijo de la orgullosa Siracusa! Te
admiro por tu noble patriotismo, por tu sentido del deber y de la dignidad. Te
admiro por tu valor, sometido a prueba en la defensa de tu tierra; por el
denuedo de tu brazo y el sabio ingenio de tu ciencia.
Te admiro también por la extensión y profundidad de
tus conocimientos matemáticos y físicos y por ser autor de inmortales obras de
Mecánica, Cuadratura, Parabolismo, Monadismo y Esferoides.
Fuiste inventor de tornos, tornillos, planos,
poliplastos y espejos, en combinaciones ingeniosamente científicas.
Te admiro igualmente por tus descubrimientos
respecto a la circunferencia, a la reflexión, a la refracción, a la luz.
Te admiro, del mismo modo, por tus famosos
principios de Física, de Matemática, de Mecánica y Geometría.
Te admiro por tu muerte, tan ejemplar, tan digna,
tan valiente.
Te admiro por tu “eureka”, que resonó en los ámbitos
del mundo.
Por todo ello te admiro. Pero, por sobre todas estas
cosas, te admiro por tu famoso principio de la palanca, a la que debo tantos
favores, tantos beneficios y esta vida cómoda que llevo. Gracias, Arquímedes!”
Esta fue la oración que Pitacos escuchó salir de los
labios de un creyente, en el Templo de Apolo. El creyente era un halabolas.
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