EL
TRABAJADOR ESCLAVO
Juan Josè Bocaranda E
Cuando
niño conocimos a una mujer que dedicò su vida a fabricar alpargatas. Casi
relamiéndose de gusto, realizaba su tarea con el primor de las hadas tejedoras.
Mientras tanto, sonreía y cantaba y a veces interrumpìa el canto con algún
comentario jocoso. Daba verdadero gusto contemplarla. !Còmo se veìa que no
trabajaba como una esclava!
Pero, ¿què tiene que ver todo esto con la
esclavitud? El esclavismo
desapareció cuando lo sustituyò, progresivamente, el feudalismo. Pero, en
concreto, la esclavitud se resistió durante muy largo tiempo. En Venezuela fue
abolida por decreto del presidente Josè Gregorio Monagas, el 24 de marzo de
1854. Y en los Estados Unidos, para todo el país, en 1865. Sin embargo, pese a
tanta alharaca con los Derechos Humanos, se estima que en la actualidad hay
entre 12 y 27 millones de esclavos, principalmente por causa de deudas, sobre
todo en el Sur de Asia, y debido a la trata de mujeres y niños.
Ahora
bien, no es nuestro propósito referirnos a la esclavitud como sumisión en manos
de otro. Màs bien nos referiremos, hoy, a una clase especial de esclavitud,
como lo es aquèlla que nos imponemos a nosotros mismos al influjo de una
mentalidad negativa, que genera lo que deberíamos llamar “auto-esclavitud”.
En la
auto-esclavitud no hay amos y esclavos, cómitres y forzados, látigos y
laceraciones infligidas por personas ajenas a nuestra propia voluntad. Esta
clase especial de esclavitud es el trabajo, el oficio, el empleo, el cargo, la
profesiòn mal apreciados, cuando constituyen para nosotros una carga ingente y
forzosa que debemos soportar todos los días y que implica levantarnos con
sueño, con disgusto y desgano, para salir a toda prisa al lugar de
trabajo, donde pasaremos todo el dìa, y regresar a casa, màs de 8 horas
después, trayendo la idea de esa
esclavitud y que allì se expresa en malestar y discusiones y hasta en horrorosas pesadillas. Esa esclavitud nos
consume las 24 horas del dìa y copa nuestras semanas, nuestros meses y nuestros
años, doblegàndonos, envejeciéndonos, debilitándonos y hasta atrayéndonos
enfermedades, agobiados por el mal humor. Todo porque realizamos nuestra labor
a desgano. Porque no estamos a gusto con ella. Porque no la amamos. En
síntesis, porque odiamos nuestro trabajo. Porque en vez de constituir motivo de
alegría, de satisfacción, de agrado, es un peso que, si no fuese por la familia
y por que necesitamos subsistir, arrojaríamos muy lejos.
Miràndolo
bien, entonces, el número de esclavos en el mundo de hoy, (sumando esclavitud y
auto-esclavitud) es escandaloso, y a esto se debe, en gran parte, que la Humanidad sea infeliz.
Para
contrarrestar la auto-esclavitud no son
suficientes ni las Leyes del Trabajo, ni los Dìas del Trabajador, ni los discursos del 1º. de Mayo. Porque lo
fundamental es lo que va dentro de nosotros, en nuestro espíritu, en nuestra
mente, en nuestro corazòn. Realizar un trabajo “forzado”, no sòlo constituye
una esclavitud que nos imponemos a nosotros mismos, sino también un acto
contìnuo de inmoralidad porque estamos ocupando un puesto que no merecemos y
que podría realizar otro en forma màs positiva y con mejores resultados. Tiene
razón Gibran Khalil: “si no puedes
trabajar con amor sino con desgana, mejor será que abandones el trabajo y te
sientes a la puerta del templo a recibir limosna de los que trabajan con
alegría”.
Deberìamos
imitar a la fabricante de alpargatas: tornar agradable el trabajo, disfrutando
no tanto del logro como del proceso. No tanto de las alpargatas
fabricadas como del tiempo invertido en la fabricación, con alegría.
La
productividad de un país no depende del monto de las remuneraciones sino del
espíritu y del amor a la tarea que
estamos realizando, y de la mentalidad
con la que la asumamos, en la ciudad o en el campo, en la fàbrica o en la
oficina, en el laboratorio o en el taller, en la industria o en la artesanìa,
en el comercio o en las escuelas o universidades….No hay peor esclavitud que la
que nos imponemos a nosotros mismos…
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