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sábado, 10 de mayo de 2014

LA MUERTE DEL ABERRANTE. Juan Josè Bocaranda E


LA MUERTE DEL ABERRANTE

                            Juan Josè Bocaranda E








Una de dos: la Verdad da vida o mata. Jamàs se queda inactiva.


Conviene traer a la memoria al prototipo de los gobernantes abyectos, que odian la verdad, la arrastran y la envilecen: Poncio Pilatos, protagonista negro de la Semana Santa…

El error es algo que puede cometerse aun con la mayor buena fe.  Por ejemplo, la madre que, queriendo salvar la vida del hijo, le suministra un medicamento que lo mata. Por el contrario, la aberración no tiene excusa. La aberración y la buena fe son absolutamente excluyentes. “El error – dice Barcia-  es falibilidad, la aberraciòn es casi apostasía. El error se equivoca; la aberración quiere equivocarse”. La aberración reniega, abomina, detesta, blasfema.  Como lo hace el que  se jacta y  deleita en pisotear la verdad evidente y en  asesinarla con la mayor vileza y a plena consciencia. Quien perpetra aberración perpetra un crimen de lesa verdad  que gira en el ámbito de la locura moral…Nadie puede invocar a su favor la aberración ni aun apelando a sus “principios”, porque por  encima de todos los principios prevalecen los de la Ley Moral…

La aberración de Pilatos llegó al colmo porque estuvo en presencia del Gran Inocente y, sin embargo  lo entregò a sus enemigos, creyendo con cìnica actitud que lavándose las manos quedaba libre del reclamo moral de la conciencia. Y cayò en tal abismo de desprecio a la verdad, que  habiendo dicho a los judíos que no encontraba que el Nazarareno fuera culpable,  ni siquiera quiso escuchar a su esposa cuando le aconsejò: “Cuídate, Pilatos, de lo que hagas. No toques a este hombre de Galilea. Es un hombre santo. Si azotas a este hombre, azotas al hijo de Dios”.
Ahora bien, ¿còmo murió ese gran símbolo de la vileza? Segùn el “Evangelio de la muerte de Pilatos”, sucedió asì: Pilatos, por orden de Tiberio, fue preso y conducido a Roma. El César  se llenó de furor contra él, y ordenò que lo llevaran a su presencia. Pilatos había traido consigo la tùnica de Jesùs.  Apenas el emperador lo vio se apaciguò toda su cólera, y se levantó al verlo, y no le dirigió ninguna palabra dura y aunque en su ausencia se  había mostrado terrible y lleno de ira, en su presencia sòlo mostrò dulzura. Cuando se lo hubieron llevado, de nuevo se enfureció contra él de un modo espantoso, diciendo que era muy desgraciado por no haber podido mostrarle la cólera que llenaba su corazón. Y lo hizo otra vez llamar, jurando que merecía la muerte por no haber evitado la de Jesùs. Y, cuando volvió a verlo, lo saludó, y desapareció toda su cólera. Y todos los presentes se asombraban, y también el emperador, de estar tan irritado contra Pilatos  cuando salía, y de no poder decirle nada amenazador cuando estaba ante él. Al fin, cediendo a un impulso divino, o acaso por consejo de algún cristiano, le hizo quitar la túnica, y al momento se sintió lleno de cólera contra Pilatos.  Y, sorprendiéndole mucho al emperador todas estas cosas, se le dijo que aquella tùnica había sido del Señor Jesùs.
El emperador ordenó tener preso a Pilatos y pocos días màs tarde se dictó una sentencia que lo condenaba a a una muerte muy ignominiosa. Pilatos, sabiéndolo, se mató con su propio cuchillo.  Al saberlo, el Cèsar dijo:  ha muerto de muerte muy ignominiosa, pues ni su propio cuchillo lo ha perdonado. El cuerpo de Pilatos, sujeto a una gran rueda de molino, fue lanzado  al Tiber.  Y los espíritus malos e impuros, gozándose en aquel cuerpo impuro y malo, se agitaban en el agua, y producían tempestades  y truenos, y grandes trastornos en los aires, con lo que todo el pueblo era presa de pavor. Los romanos retiraron del Tíber el cadàver de Pilatos, y lo llevaron a Vienne y lo arrojaron al Ródano.  Y los espíritus malignos, reunidos en caterva, continuaron haciendo lo que en Roma. Y, no pudiendo los habitantes soportar el ser así atormentados por los demonios, alejaron de sí aquel motivo de maldición, y lo hicieron enterrar en el territorio y en ciudad de Lausana. Y, como los demonios no dejaban de inquietar a los habitantes, se lo alejó más y se lo arrojó en un estanque rodeado de montañas, donde, según los relatos, las maquinaciones de los diablos se manifiestan aún por el burbujear de las aguas”.

Todo gobernante  debe comprender que si da muerte a la verdad o la niega, la tuerce o la oculta, perecerà por la verdad que pretende asfixiar. Porque la verdad no muere jamàs….

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