UNA ACADEMIA EN “LOS MAMÓNIDES”
-¿Qué estará
ocurriendo?
-Sí. Tantos
zagaletones y muchachas que suben en
horas de la tarde, con cuadernos bajo el brazo.
Cada uno de los Siete
fue agregando lo que sabía o creía saber:
-Dicen que arriba hay
una academia, ubicada en “El Callejón del Lobo”
-Los organizadores de
la academia han realizado todos los
esfuerzos necesarios y tienen programa adecuado, con un
perfil académico sumamente avanzado, con clases teóricas y actividades
prácticas perfectamente armonizadas para que la profesión no se quede
sobrenadando en la estratosfera de las irrealizaciones sino que descienda al
suelo, donde sobrevivimos los mortales, sedientos de soluciones efectivas.
-Los organizadores de tan genial ocurrencia,
hasta han importado profesionales
especializados.
- Se trata de toda una estructura académica, que
comienza en el jardín de infancia y
concluye en el postgrado.
-Proyectan abrir una guardería, para atender a los
niños mientras los padres -en plausible gesto de superación- asisten a clase o
salen a buscar el pan.
Hay cursos
normales, de educación formal, con un sistema muy bien estructurado, al que se
une la acentuada experiencia de los docentes, amén de la mística en el trabajo,
que por todos los medios procuran inculcar a esos seres dignos de admiración
por tanta entrega.
- Pero la cosa no se queda allí. También se dan
cursos de educación no formal, “para los más apresurados”, “para los que
requieren trabajar sobre la marcha”.
Nos enteramos de cuándo finalizó el primer curso, al
ver desfilar frente al rancho a sujetos espetados, orondos, que comenzaban a
mirar a los demás por encima del hombro y “como pescado de sopa”: era que los
efectos del “titulerismo” ya se estaban dejando sentir, aventando presuntuosas
mediocridades.
Los directores de aquella portentosa idea
reeducativa tuvieron la deferencia de invitarnos al acto de la primera
promoción, que por la noche se
realizaría a todo dar, con togas y birretes y hasta con anillos de
compromiso. Por cierto, días después supimos que habíamos sido especialmente
invitados, no por amistad, sino para echarnos en cara que, con todo y lo
“sabiondos” que decíamos ser, no habíamos sido capaces de concebir y realizar
algo similar.
Nos enteramos de la esencia de aquella labor
educacional cuando en el discurso de orden, el Director comenzó por invocar al
dios Caco, y claramente incitó a los graduandos a poner en práctica la
calificación de los conocimientos recibidos, ejerciendo el robo, el hurto, el
atraco y otras virtudes.
Demás está decir que nos escabullimos de allí en la
forma más discreta posible, al momento del brindis.
Cuando nos disponíamos a dormir, el grito explotó
como de un mismo pecho. ¡Los “profesionales” nos habían sustraído los calzoncillos!! (en vernàculo
griego los jitones).
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