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miércoles, 4 de marzo de 2015

MEMORIAS DE DIÒGENES. UNA ACADEMIA EN "LOS MAMÒNIDES".




UNA ACADEMIA EN “LOS MAMÓNIDES”

-¿Qué estará ocurriendo?
-Sí. Tantos zagaletones  y muchachas que suben en horas de la tarde, con cuadernos bajo el brazo.
Cada uno de los Siete fue agregando lo que sabía o creía saber:
-Dicen que arriba hay una academia, ubicada en “El Callejón del Lobo”
-Los organizadores de la academia han  realizado todos los esfuerzos necesarios y tienen  programa adecuado, con un perfil académico sumamente avanzado, con clases teóricas y actividades prácticas perfectamente armonizadas para que la profesión no se quede sobrenadando en la estratosfera de las irrealizaciones sino que descienda al suelo, donde sobrevi­vimos los mortales, sedientos de soluciones efectivas.
-Los organizadores de tan genial ocurrencia, hasta  han importado profesionales especializados.
- Se trata de toda una estructura académica, que comienza  en el jardín de infancia y concluye  en el postgrado.
-Proyectan abrir una guardería, para atender a los niños mientras los padres -en plausible gesto de superación- asisten a clase o salen a buscar el pan.
Hay  cursos normales, de educación formal, con un sistema muy bien estructurado, al que se une la acentuada experiencia de los do­centes, amén de la mística en el trabajo, que por todos los medios procuran inculcar a esos seres dignos de admiración por tanta entrega.
- Pero la cosa no se queda allí. También se dan cursos de educación no formal, “para los más apresurados”, “para los que requieren trabajar sobre la marcha”.
Nos enteramos de cuándo finalizó el primer curso, al ver des­filar frente al rancho a sujetos espetados, orondos, que comenzaban a mirar a los demás por encima del hombro y “como pescado de sopa”: era que los efectos del “titulerismo” ya se estaban dejando sentir, aventando presuntuosas mediocridades.
Los directores de aquella portentosa idea reeducativa tuvieron la deferencia de invitarnos al acto de la primera promoción, que  por la noche se realizaría a  todo dar,  con togas y birretes y hasta con anillos de compromiso. Por cierto, días después supimos que habíamos sido especialmente invitados, no por amistad, sino para echarnos en cara que, con todo y lo “sabiondos” que decíamos ser, no habíamos sido capaces de concebir y realizar algo similar.
Nos enteramos de la esencia de aquella labor educacional cuando en el discurso de orden, el Director comenzó por invocar al dios Caco, y claramente incitó a los graduandos a poner en práctica la calificación de los conocimientos recibidos, ejerciendo el robo, el hurto, el atraco y otras virtudes.
Demás está decir que nos escabullimos de allí en la forma más discreta posible, al momento del brindis.
Cuando nos disponíamos a dormir, el grito explotó como de un mismo pecho. ¡Los “profesionales” nos  habían sustraído los calzoncillos!!  (en vernàculo griego los  jitones).



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