MEMORIAS DE
DIÒGENES.
QUILÓN,
VENDEDOR AMBULANTE
Cada vez más difícil para nosotros
despeñar a Quilón para que buscase empleo. Y no podía justificarse más su
resistencia. En algunas fábricas estuvo a punto de conseguir trabajo. Pero, se
derrumbaba su ilusión porque el jefe de personal, ducho psicólogo, calaba la
personalidad de Quilón y lograba comprender, después de intrincados y
engorrosísimos estudios, que no era halabolas.
Tampoco consiguió colocación
gubernamental, pues carecía de carnet, como no fuera el de filósofo, cuestión
realmente intrascendente para la administración del reino griego
Tomó el negocio de candados. Pero
pronto padeció acoso policial por el
atrevimiento de cerrar paso a los ladrones, a favor de los cuales una ley
reciente ordenaba dejar las puertas francas.
Quiso vender libros y lápices.
Pero el Ministro de Educación le colocó las esposas, “por distribuir cultura
sin título académico”. De nada le valió la cédula de ontólogo, pues había
caducado y en la Inspectoría de Tránsito se habían negado a imponerle el millonésimo
sello provisional.
Ya estaba a punto de abandonar la
buhonería cuando, después de muchos ensayos y cárceles, se le ocurrió vender
preservativos. No supo quiénes lo atracaron y le robaron los condones, pues
los requerían -según dijeron- “para violar la Constitución y las leyes sin
peligros embarazosos”.
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