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lunes, 6 de abril de 2015

MEMORIAS DE DIÒGENES. LAS HAMBRES DE BIAS



-Ya no me le quedan huecos al cinturón  para  estrangular el hambre- gimió una tarde Bias-, quien siempre procuraba seguir al pie de la letra las sugerencias consoladoras de los gobernantes, en materia de ham­brunas.

Y prosiguió, en aquella especie de monólogo en voz alta:
-Sin embargo, son muchas otras las hambres que aquí estamos padeciendo: de “vivienda cómoda e higiénica”, de un ambiente de paz y tranquilidad, de verdaderos amigos, de amor, de cultura y hasta de sexo, punto que no por filósofo pelabolas puedo dese­char, pues soy humano.
Agregó que él no era,  por otra parte, de aquellos escritores, artistas o filósofos que se inspiran en el hambre para producir.
-No soy masoquista en la misma medida en que no soy sádico. Si tuviera aunque fuese una mínima dosis de sadismo, admitiría algunos gramos de masoquismo para mí, pero no puedo.

Y se extendió en el concepto de hambre integral:
- Yo no puedo escribir con hambre, no puedo producir con hambre, no puedo entregarme a largas horas de disquisiciones filosóficas con ham­bre, no puedo irme en levitaciones sapienciales con hambre. Necesito el estómago templadito, no como saco de ventarrones. Por eso prefiero las arepas al pan de trigo, que nos deja vacíos en un 3x2.
Y vertió el concepto sobre el totum  corporal:
-Por lo que a mí atañe, no pienso sólo con el cerebro, sino también con el estómago, con el hígado, con los riñones, con el corazón y hasta con los “almendrones”. Escribo con todo mi ser, porque concibo que el escribir es cuestión de totalidad. Si no como, no produzco. Nadie da lo que no tiene. Si carezco de energías por carecer de alimentos, mal puedo dar energía, si se tiene en cuenta que el escribir es también energía, ímpetu, fuerza, acento, énfasis, ánimo, y yo, francamente, me encuentro desanimado”.

Todos los Sabios se pusieron de pie y se concentraron alrededor de Bias, a quien quisieron consolar, no tanto por Bias sino por consolarse a sí mismos, en iguales condiciones famélicas.
De pronto, sintieron voces en la calle. Voces de angustia, de desesperación. Era que padre y madre llevaban en los brazos a un niño, al parecer mori­bundo. Pitacos averiguó la razón:
-Es que Hambrósides, el hijo de Penúrides y Macilena, se desmayó en la escuela por causa del hambre-.
Al saberlo, Bias preguntó:

-¿Ven por qué no soy masoquista en la medida en que no soy sádico?”

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