-Ya no me le quedan huecos al
cinturón para estrangular el hambre- gimió una tarde Bias-,
quien siempre procuraba seguir al pie de la letra las sugerencias consoladoras
de los gobernantes, en materia de hambrunas.
Y prosiguió, en aquella especie de
monólogo en voz alta:
-Sin
embargo, son muchas otras las hambres que aquí estamos padeciendo: de “vivienda
cómoda e higiénica”, de un ambiente de paz y tranquilidad, de verdaderos
amigos, de amor, de cultura y hasta de sexo, punto que no por filósofo pelabolas puedo desechar, pues soy
humano.
Agregó que él no era, por otra parte, de aquellos escritores,
artistas o filósofos que se inspiran en el hambre para producir.
-No soy masoquista en la misma
medida en que no soy sádico. Si tuviera aunque fuese una mínima dosis de
sadismo, admitiría algunos gramos de masoquismo para mí, pero no puedo.
Y se extendió en el concepto de
hambre integral:
- Yo no puedo escribir con hambre,
no puedo producir con hambre, no puedo entregarme a largas horas de
disquisiciones filosóficas con hambre, no puedo irme en levitaciones
sapienciales con hambre. Necesito el estómago templadito, no como saco de
ventarrones. Por eso prefiero las arepas al pan de trigo, que nos deja vacíos
en un 3x2.
Y vertió el concepto sobre el totum
corporal:
-Por lo que a mí atañe, no pienso
sólo con el cerebro, sino también con el estómago, con el hígado, con los
riñones, con el corazón y hasta con los “almendrones”. Escribo con todo mi ser,
porque concibo que el escribir es cuestión de totalidad. Si no como, no
produzco. Nadie da lo que no tiene. Si carezco de energías por carecer de
alimentos, mal puedo dar energía, si se tiene en cuenta que el escribir es
también energía, ímpetu, fuerza, acento, énfasis, ánimo, y yo, francamente, me
encuentro desanimado”.
Todos los Sabios se pusieron de
pie y se concentraron alrededor de Bias, a quien quisieron consolar, no tanto
por Bias sino por consolarse a sí mismos, en iguales condiciones famélicas.
De pronto, sintieron voces en la
calle. Voces de angustia, de desesperación. Era que padre y madre llevaban en
los brazos a un niño, al parecer moribundo. Pitacos averiguó la razón:
-Es que Hambrósides, el hijo de
Penúrides y Macilena, se desmayó en la escuela por causa del hambre-.
Al saberlo, Bias preguntó:
-¿Ven por qué no soy masoquista en
la medida en que no soy sádico?”
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