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lunes, 15 de agosto de 2016

MEMORIAS DE DIÓGENES LOS PÓRQUICOS





MEMORIAS DE DIÓGENES
LOS PÓRQUICOS

Cierto filósofo de cuyo nombre  no quiero acordarme, sentó  su cátedra en las afueras de Atenas, al lado de una cochinera, de donde vino el remoquete de “la Escuela de los Pórquicos”.
A la vociferación de los porqueros y a los gruñidos de los cochinos, que con  voraz competencia presupuestaria se lanzaban a los comederos, se sumaba la obvia fetidez  de los barriales, cuyos vahos se extendían a la ciudad, confundiéndose con el hedor de las cloacas desbordadas.

Los Pórquicos, haciendo honor al alma instintiva de sus vecinos, profesaban, en lo más profundo de su ser, casi como una consubstanciación, el pensamiento hedonista, en franca antítesis con los estoicos y con los cínicos, a todos los cuales  tildaban de estúpidos. Porque, en vez de entregarse al “placer pleno”, se sometían a “privaciones sin sentido”,  a un  “necio desperdicio de la existencia”.
El “placer pleno”, que perseguían en forma permanente, acentuada y obsesiva, abarcaba desde  perversiones inverosímiles hasta delitos de gruesa magnitud. Su filosofía les remachaba la consigna de aprovechar toda ocasión para crearse ambientes, condiciones y circunstancias que les otorgasen poder. Por ese motivo, desembocaban en “la política verdadera” que para ellos no era sino “la política del buen político”, la política de  una prostitución llevada al extremo de la entrega y la traición.

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