ENTRE
PERROS Y COCHINOS
Me
pregunta Licurgo qué ha sido de mi cinismo,
que es el Cinismo de mi maestro
Antístenes. Y le respondo que hoy la palabra que sintetizaba nuestra sabiduría
y resumía nuestros ideales, ha sido arrastrada al lodazal. Le respondo con las
mismas palabras que le expresé a un periodista que me hizo la misma pregunta:
Cuando llevo mi filosofía de renuncia a las cosas de la vida, hasta
extremos que la historia ha recogido sin exageración, no lo hago en son de descaro o desvergüenza, sino a
título de reto a una sociedad carcomida por las apariencias, los prejuicios, la
estupidez y la pantalla acomodamientos. Si vivo en un tonel, lo hago contra
aquéllos que llenan de superfluos lujos sus mansiones, mientras la miseria
ladra fuera, en contraste con la molicie y la francachela. Si visto harapos
malolientes, lo hago para echar en cara a los pisaverde su afeminamiento y su
espíritu proclive a la molicíe y la vanidad. Si realizo mis necesidades
fisiológicas en público, es porque deseo contrastar con la falsedad de quienes,
en la intimidad de las alcobas, se
entregan a una gran bajeza moral. Si me abstengo de bañarme es porque busco
contraponerme a quienes sólo viven pendientes del cuerpo, mientras dejan en la
nada el espíritu. En síntesis, me muestro cinico para espanto de los mismos perros, en cuanto
retador de una realidad nefasta, a diferencia de los copartícipes descarados de
la degradación, sin sensibilidad a la critica justa e indiferentes a la voz de
la Historia. Mi cinismo es de antítesis con una realidad social y política
digna de un repudio esencial. El cochinismo es, por el contrario, fusión con la parte más negra y podrida del
sistema. Yo soy un “perro” rebelde y
socialmente hidrofóbico. Los cerdos, en cambio, se complacen en su
compatibilidad ontológica con la inmundicia que les es consubstancial. Mi cinismo es desafío. El cochinismo
es complacencia.
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