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viernes, 8 de mayo de 2015

TONELADAS DE DIÒGENES


TONELADAS DE DIÒGENES


Pese a mi fama, no sé si buena o mala, debo confesar que ni al comienzo de mis andanzas -a raíz de las lecciones de Antístenes, y en el Cinosargo- ni ahora, al cabo de los tiempos, me he considerado un autentico filósofo. No, por lo menos, en el sentido académico y titular. Es más: la sola palabra “título” me producía entonces y me causa ahora un escozor alèrgico que no he logrado superar. Siempre, además, me ha provocado repulsión que ciertas personas, al final de cierto tiempo en las aulas, se reúnan en aquelarres académicos, cubiertas de anchas y negras vestes an­tiguas, en ridícula imitación de la magistratura de otros tiempos. Si fuese esencialmente forzoso recibir títulos y, más aun, reci­birlos en pública subasta, debería hacerse uso del traje más na­cionalmente representativo, en vez de ocurrir a obsoletos expe­dientes protocolares, intrínsecamente dignos de mofa, hasta en aquellos días que, al parecer, se niegan a morir. De esta manera se imprimiría a los actos circenses alguna utilidad nacionalista, lo cual luce tan necesario hoy, cuando muchos griegos se aver­güenzan del país donde han nacido -o, mejor, del país donde “se han dejado nacer”, puesto que nada hacen para merecer haber nacido-.

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