MEMORIAS
DE DIÓGENES
HIPÓCRATES. LOS MÉDICOS CON FRONTERAS Y
OTRAS DOLENCIAS...
Muy pocas veces me alejo de Atenas, porque ya
conozco el Mundo y sé quiénes y cómo son sus habitantes, simples “gallos sin
plumas”, pero cacareadores como ellos solos...
Hoy estoy visitando a Hipócrates, en la isla de Cos. Lo encuentro doblegado, cada vez más, por la tristeza, y
notoriamente descompuesto. Tiene los humores tan alterados
y se nota tan proclive a una creciente dificultad para las eliminaciones emuntoriales,
que me permito sugerirle la conveniencia de consultar a un especialista,
proposición que le hace rebotar contra el techo. Cuando aterriza sobre la butaca, me responde con ironía:
-”¡A un especialista!. ¿De ésos que se amarran, con ojeras y todo, a un
solo órgano, como si los demás no existiesen y como si no fuese sino un
elemento aislado del organismo!?”
Le respondo que cada pulpero alaba su queso y que cada parcelero hace
valer su derecho a la exclusividad, clavando letreros de “propiedad privada”,
para que los especialistas de los órganos vecinos no atenten contra la lealtad
profesional, en una parcelación que hace del cuerpo humano un cuadro de
ajedrez, si no un campo sembrado de minas.
De pronto, se le apagó la voz. Se le hundieron los ojos, carentes de todo
brillo. Se agitó con tan lacerantes espasmos ventrales, que su ayudante tuvo
que suministrarle “helleborus” con agua
de lentejas, lo cual trajo un tanto de calma a su cuerpo convulso. Pero, esto
duró poco, empujándolo de nuevo a las andadas mórbicas. De pronto, se me hizo
la luz y desemboqué en la conclusión de que no era “el” cólera sino “la” cólera
o formidable arrechera, lo que afectaba a mi imponderable amigo. Y en efecto, cayó
en el delirio, murmurando con tristeza
que los “MÉDICOS CON FRONTERAS” se fueron por la pendiente de los puros
intereses pecuniarios, a tal punto que no eran sino vulgares mercachifles de la
profesión, y agregó que hoy, como se ven
las cosas, es más apropiado y realista hablar
de JURAMENTO HIPÓCRITA que de JURAMENTO HIPOCRÁTICO.
Y allá quedó, a orillas
del mar, sentado como una cansada piedra humana, rumiando la cólera que –creo-
no logrará atenuar ni aun con la aplicación de todas las lavativas terapéuticas.
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