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martes, 23 de diciembre de 2014

MEMORIAS DE DIÒGENES: EL ARLEQUÌN Y LOS CUERVOS




DE LAS “MEMORIAS” DE DIÒGENES:

EL ARLEQUÍN  Y LOS CUERVOS.

Cuando el arlequín surgía del fondo del escenario, un reflector le iluminaba el rostro cubierto de levadura. Siempre vestìa de blanco. Y en su cabeza, como nacida de un sombrero de copa, una flor oscilaba en el extremo de un alambre.

Asì había recorrido el mundo, hablando, siempre, con el lenguaje de las manos.

Todos hubiesen querido sentarse alrededor de su palabra inerte. Junto a la misma hoguera. Frente a las mismas llamas. Con el mismo calor.

Pero una noche  apareció en la escena vestido de negro, embetunado el rostro, torva la mirada, crispados los dedos, con la flor marchita y el sombrero vuelto una piltrafa.

A la sorpresa sucedieron la expectativa, el temor, el pánico, cuando, de no se supo dónde, extrajo un cañón y asesinó a unos pájaros. Y comenzó a sangrar de tanto tragar puñales, y ante todos lució como una cimitarra tinta en sangre. Y la mímica devino en palabras restallantes. Y en vez de sugerir, con dedos y miradas, cuestiones de amor o de bondad o de simple diversión, dijo y gritó  pedruscos, que cayeron como esputos de volcán sobre el oyente.

Fue como si el ángel del gesto se hubiese transformado en hirsuto demonio.

Gritó y sus gruesas palabras retumbaron en el cuerno del mundo:

“Ya no hay motivo de alegría. Todo es podredumbre. Negocio. Cotizaciones. Bolsas. Egoísmo desbocado. Cálculo. Conveniencia. Colocaciones de armas. Enfilamientos nucleares. Mien­tras yo me divertía, la Humanidad gemìa y yo cerraba ojos y oìdos.

Ha llegado la hora de las palabras encrespadas. De cambiar la sugerencia y el silencio, por señalamientos directos. Las insinua­ciones, por denuncias meridianas. Los verbos sutiles por justas groserías. Y mi denuncia es ésta: no hay motivos para estar alegres porque el mundo está triste. Los poderosos han decapitado el amor. La luz. La alegría. En su lugar han armado robots y marionetas de apariencia humana. En adelante vestiré de negro, símbolo del mundo que se hunde”.


Por las claraboyas del teatro penetró un huracán de murcié­lagos y repulsivos avechuchos. El arlequín desapareció. Dicen que, poco antes, había gritado en esperanto, que prefería largarse con los cuervos,  a seguir fingiendo risas y palomas.

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