HIPPIES RETARDATARIOS
Aguardè a los Siete Sabios en el “Terminal Internacional de Autobuses de
Atenas”, que no era sino un pozo de
humo, miasmas y pestilencias.
Pude ubicarlos
en medio del gentìo, debido al tufillo filosófico, derivado, no tanto de
presuntos encumbramientos del logos,
como de las poses, que suelen ser muy propias de esta clase de menesterosos.
Parecìan
fantasmas salidos de la misma botella y se destacaban por la vestimenta. Causaba
extrañeza su modo de vestir. No era frecuente ya, en aquellos tiempos de hippismo superado, ver hombres de
figura patriarcal, de calvas relumbrantes, como escapados del Museo de los
Filósofos, vestidos con sólo dos varas de sábanas, un cuarto de pecho
descubierto, las canillas asomándose porfiadamente y los brazos a la
intemperie, pero, sobre todo, con sandalias muy poco aptas para pisar mierdas, saltar charcos y resbalarse por toboganes de
laderas malolientes.
El
contraste de los Sabios comenzaba por mí, ajeno a esa clase de ropas desde que,
al abandonar el tonel, hube de someterme a un baño de purificación espiritual,
momento que aproveché para meter fuego a los costales que me habían protegido
del frío durante tantos milenios de silencio. Al retornar a la ciudad de
Atenas me aprovisionè de un par de pantalones de kaki y de un pesado par de botas arrojadas por
algún nuevo-rico de la politiparla en un
basurero ministerial, donde todavía pastaban
unas cuantas vacas gordas. Por esto, yo sí podía saltar barriales sin lanzar picones y pisar las esteras de basura
que una miseria mal llevada confundía con la dejadez y el desaseo.
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