EL LOTO LABORAL
Como no teníamos quién nos mantuviera -pues en
Grecia no abundan los “mecenas” sino los “mecomes”- echamos a la suerte a quién
de los ocho correspondería soportar, como atlas proletario, el pesadísimo fardo
del trabajo. No faltó quien se opusiera, diciendo que, si todos comíamos, todos
debíamos trabajar.
Bias dijo que
un filosofar eficaz y profundo, era esencialmente incompatible con un
trabajo para burros.
Convencidos o no por el sofisma laboral, buscamos un
pote vacío, que habíamos conservado como recuerdo milenario de cuando las vacas
griegas eran generosas y daban la leche condesada. Invocando a la diosa
fortuna, lo echamos a la suerte. Ésta le cupo a Quilón quien pretendió resistir
por ser el más fuerte. Le advertimos que todos los demás sumábamos un siete-machos,
y esto, tratándose de un filósofo razonable, terminó por aplacarlo.
Al día siguiente, muy, muy temprano, despedimos a
Quilón como se despide a los viajeros interplanetarios. Si no hubiese sido
porque los pobres carecemos de privanza para hacer uso del instituto jurídico
de la testamentación, le hubiésemos sugerido que hiciera manifestación
protocolizada de su última voluntad. Tan plagada de peligros era la aventura
que estaba próximo a iniciar, lanzándose a la vereda que se escurría hacia el abismo como una serpiente
muerta.
Quisimos invocar a Dante para que le hiciera
compañía, pero nos abstuvimos al pensar que ni aun los poetas de ultratumba
querrían correr riesgo de atracos en aquella hora incierta.
Para que mantuviera
fuerzas de optimismo en la peregrinación a lo desconocido, le preparamos
un pequeño bojote de avío: dos arepas prehistóricas y una fotografía del primer
queso producido en las vaqueras de la hiperdemocracia, para que le entrara por
los ojos lo que no podía entrarle por la boca de pobre.
No dejó Quilón de soltar algunas lágrimas, al
sentirse bajo la amenaza de un destino tan cruel. Pero se hizo tripas, como los
trabajadores que bajan del cerro sobre la nuca de la muerte, todas las
madrugadas, para ir a la molienda laboral.
-No puedo ser, no debo ser menos macho que
ellos -dijo el lacedemonio, para
infundirse valor.- Le respondimos que era cierto, tanto más cuanto que él había
peleado en la guerra de Troya contra los
piratas del caballo de plástico, resultando no sólo ileso sino también condecorado
con la orden de Kolón.
0 comentarios:
Publicar un comentario