Translate

sábado, 14 de febrero de 2015

MEMORIAS DE DIÒGENES. EL LOTO LABORAL


EL LOTO LABORAL

Como no teníamos quién nos mantuviera -pues en Grecia no abundan los “mecenas” sino los “mecomes”- echamos a la suerte a quién de los ocho correspondería soportar, como atlas proletario, el pesadísimo fardo del trabajo. No faltó quien se opusiera, diciendo que, si todos comíamos, todos debíamos trabajar.

Bias dijo que  un filosofar eficaz y profundo, era esencialmente incompatible con un trabajo para burros.

Convencidos o no por el sofisma laboral, buscamos un pote vacío, que habíamos conservado como recuerdo milenario de cuando las vacas griegas eran generosas y daban la leche condesada. Invocando a la diosa fortuna, lo echamos a la suerte. Ésta le cupo a Quilón quien pretendió resistir por ser el más fuerte. Le advertimos que todos los demás sumábamos un sie­te-machos, y esto, tratándose de un filósofo razonable, terminó por aplacarlo.

Al día siguiente, muy, muy temprano, despedimos a Quilón como se despide a los viajeros interplanetarios. Si no hubiese sido porque los pobres carecemos de privanza para hacer uso del instituto jurídico de la testamentación, le hubiésemos sugerido que hiciera manifestación protocolizada de su última voluntad. Tan plagada de peligros era la aventura que estaba próximo a iniciar, lanzándose a la vereda que se  escurría hacia el abismo como una serpiente muerta.

Quisimos invocar a Dante para que le hiciera compañía, pero nos abstuvimos al pensar que ni aun los poetas de ultratumba querrían correr riesgo de atracos en aquella hora incierta.

Para que mantuviera  fuerzas de optimismo en la peregrinación a lo desconocido, le preparamos un pequeño bojote de avío: dos arepas prehistóricas y una fotografía del primer queso pro­ducido en las vaqueras de la hiperdemocracia, para que le entrara por los ojos lo que no podía entrarle por la boca de pobre.

No dejó Quilón de soltar algunas lágrimas, al sentirse bajo la amenaza de un destino tan cruel. Pero se hizo tripas, como los trabajadores que bajan del cerro sobre la nuca de la muerte, todas las madrugadas, para ir a la molienda laboral.


-No puedo ser, no debo ser menos macho que ellos  -dijo el lacedemonio, para infundirse valor.- Le respondimos que era cierto, tanto más cuanto que él había peleado  en la guerra de Troya contra los piratas del caballo de plástico, resultando no sólo ileso sino también condecorado con la orden de Kolón.

0 comentarios: