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domingo, 1 de febrero de 2015

MI CINISMO Y SU CINISMO. DIÒGENES SINOPEYUS



MI CINISMO Y SU CINISMO

Diògenes Sonopeyus

No quiero dejar de referirme a mi cinismo, respecto al cinismo de estos negros días...

Si hay algo en Grecia que me enardece y me revienta, es el fariseísmo de ciertas “eminencias” que mienten con la más tran­quila desfachatez, con tan intenso descaro, que debo pregun­tarme si realmente tienen a sus conciudadanos como imbéciles o si son ellos los mongólicos. Si lo primero, no deberían molestarse en hacer declaraciones, porque, ¿a quién van dirigidas si nadie está en capacidad de comprenderlas? Si lo segundo -es decir, sin son ellos los imbéciles-, carece de sentido lo que dicen. Luego ¿por qué escucharlos?

Si los “fariseos” saben que mienten, que sus declaraciones no coinciden con la realidad que enfrentan, se concluye que están dotados de una altísima dosis de cinismo. Y si alguien puede hablar de “cinismo” con autoridad moral, es mi persona. Y porque sé de la materia, terminantemente aseguro que no debe confundirse mi cinismo con el cinismo de los otros.

Cuando llevé mi filosofía de renuncia  hasta extremos que la historia ha recogido sin exageración, no lo hacia en son de descaro o desvergüenza, sino a título de reto a una sociedad carcomida por las apariencias, los  prejuicios, la estupidez, la pantalla y los acomodamientos.

Si moraba en un tonel, lo hacia contra aquéllos que llenaban de superfluos lujos sus mansiones, mientras la miseria ladraba fuera, en contraste con la epulónica francachela.

Si vestía harapos malolientes, lo hacia para echar en cara a los “pisaverde” de esos tiempos, su afeminamiento y espíritu proclive a la molicíe y la vanidad.

Si efectuaba mis necesidades fisiológicas en público, era por­que deseaba contrastar con la falsedad de quienes, en la intimidad de las alcobas se entregaban a una gran bajeza moral.

Si me abstenía de bañarme, era porque buscaba contraponerme a quienes sólo vivían pendientes del cuerpo, dejando en las som­bras la “'nada” de su espíritu.

En síntesis, me mostraba “cinico', para espanto de los mismos perros, en cuanto retador de una nefasta realidad, a diferencia de los cinicos de hoy, que no son sino crapulosos desvergonzados, coparticipes descarados de la degradación, sin sensibilidad a la critica justa e indiferentes a la voz de la Historia.

Mi cinismo era de antítesis con una realidad social y política digna de un repudio esencial. El cinismo de hoy no es de antítesis, sino de fusión con la parte más negra y podrida del sistema.

Yo era un “perro” rebelde y socialmente hidrofóbico. Los cinicos de hoy no son sino cerdos que se complacen en su compatibilidad ontológica con la inmundicia que les es consubstancial.

Mi cinismo era desafío. El cinismo de hoy es complacencia.

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