LOS APUROS DE CLEÒBULO
Y LA FURIA DE QUILÒN
-¡Qué hueso duro es esta
gente –dijo Pítacos- Ya se han cumplido seis meses y todavía no se nos acepta
del todo aquí en el barrio.
Asì fue. Hubo seria resistencia en
contra nuestra, aunque paulatinamente fueron considerándonos casi de los suyos,
a medida que íbamos soportando el aguacero de la miseria. Hasta se contentaban
cuando sabían que estábamos siendo atormentados por la necesidad. La necesidad
es el vínculo que une a las masas lumpenproletarias en un mutuo contentamiento
por el mal ajeno. No es un vínculo lógico, humano, de conciencia en el dolor,
que se eleve hasta racionalizarse positivamente por una acción reivindicativa.
Sea como sea, se fueron acercando. Sin embargo,
apenas salía al barranco trasero alguno de nosotros a cubrir “una de las
necesidades más necesitadas en esta necesitadera”, le caía una avalancha de
piedras y de gritos procaces. Una tarde Cleòbulo tuvo que levantarse apresuradamente de donde
estaba en cuclillas y acomodarse los jitones a manotazos, mientras gritaba
como un megáfono:
-¡Este es el colmo, carajo! En los barrios miserables
ni siquiera los filósofos pueden cagar tranquilos.
Cuando alguno de nosotros salía al callejón, los
muchachos le hacían objeto de chistes obscenos, burlas, y piedras, aupados por
los adultos, quienes así daban cumplimiento a su innata vocación pedagógica.
-¡Así tratan a la sabiduría estos
requetecoños!-gritó Quilón un día, mientras estuvo a punto de sacudir a un
zagaletón contra una roca. No lo hizo porque Tales intervino a tiempo, diciendo
-No es de sabios perder los estribillos. La
sabiduría es intrínsecamente tolerante-.
Por cierto, habría de mandar de bruces tan elevados supuestos cuando los malandros
lo metieron de cabeza en una fosa llena
de inmundicias, para celebrar el carnaval.
0 comentarios:
Publicar un comentario