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lunes, 26 de enero de 2015

MEMORIAS DE DIÒGENES. EN EL MERCADO DE KOCHEODOROTTIS



EN EL MERCADO DE KOCHEODOROTIS

Humildes consumidores,  tuvimos que  acudir al Mercado de Kocheodorottis, al suroeste de Atenas, adonde solían concurrir pelasgos y periecos en busca de mejores precios.

Si hubiésemos previsto cuántas y cuáles penalidades nos aguar­daban en aquella plaza turca, no hubiésemos comparecido ni aun a la orden de ese juez desbirreteado  que es el hambre.

¡Y pensar que en el Mercado toda Atenas se dio  cuenta de que también los sabios pelan bolas, aunque presuntamente se alimenten de caldos de pichón, dialoguen tete a tete con los dioses y se suponga que no son acogotados por las cargas que a diario pesan sobre los lomos, excesivamente humanos, de la gente común!
Pues para que se mida cuán alto subió nuestra desgracia y cuán bajo quedó nuestra requeteputación aquella madrugada de mercado negro, paso a explicar:

Quilón, en quien se centraban nuestras miradas cuando optaba por romper el silencio con su verbo de patriarca-filósofo, perdió una de las sandalias y, para colmo, entre los codazos de la multi­tud, vino a caer en un charco de barro pútrido. Cleóbulo, tan esponjado como mediocre recién graduado, patinó con una concha de cambur, y fue a tener aterrizaje debajo de un carromato de verduras andinas. A Solón, erguido y protocolar como jurista cargado de condecoraciones bursátiles, alguien le cagò  la clámide (dicen que un gato, yo afirmo que una gallina), y ello le ocasionó  alarmantes cardiopatías. A Bias se le extravió la plancha de tanto reír por las desventuras ajenas, pasando a llorar entonces por las propias. Pitacos perdió los jitones. Tales casi dejó de ser hijo de Mileto; a Periandro le hurtaron la esclavina, y yo tuve que matarle los piojos a cierto poetastro halabolas de políticos y  gobernantes.

Para regresar de Kocheodorottis aquella madrugada, tuvimos que tomar por asalto una lancha de “las rápidas” que, sobre el oleaje del Guairontas nos arrimó a una estación del Metro, a cuyas puertas estaba meando un ejército de borrachos, para complacencia y risa de los policàis que dormitaban por allí.

-¡Tremenda comilona nos daremos mañana por la noche con estas yucas de pedernal!” -dijo orondo y ufano nuestro amigo Bias.



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