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lunes, 19 de enero de 2015

MEMORIAS DE DIÒGENES. LA SINFONÌA DE LA AMARGURA.


LA SINFONÌA DE LA AMARGURA

Al medio día, cuando la gente comienza la molienda del al­muerzo -si es que hay algo qué “moler”- estábamos empujando las tablas que servían de puerta al rancho.

Nuestro rancho estaba ubicado en la cima del cerro. Yo le había pintado el nombre, tal vez pomposo, pero sugerente y esperanzador, de Sofrosine, es decir, “La Sobriedad”. Allì tendríamos nuestra “atalaya”,  para observar con nuestros catalejos espirituales  la vida de Grecia y los fantasmas del mundo.

Cuando entramos, el rostro les delató la sinfonía de la amargura en todos sus grados, desde la incredulidad hasta la exasperación, pasando por implícitas mentadas a la suerte, al gobierno, a mí y al propio Zeus.

-¿Adónde nos ha enviado Zeus? – preguntó espantado Bias-.-¡Ni los dioses respetan a los filósofos.¡
-¡Entonces qué se puede esperar de los palurdos¡- completó Pítacos.

Quilón, quien procuraba no tropezar  la cabeza con el travesaño que pretendía ser dintel de lo que hubiese deseado ser puerta, exclamó con voz de trueno:
.- ¡Miren esas paredes¡ Con una sola de mis famosas ventosidades puedo tumbar el rancho.

Deprimidos por el ambiente, no hallaron otra cosa sino sentarse donde mejor pudieron.

 -!Cómo son las cosas!. Nosotros, que amamos a Grecia y desea­mos para ella lo mejor,  parecemos apátridas en nuestra propia tierra.
-Mientras tanto, a los bellacos, a los farsantes, a los ladrones y a los traidores a la patria, todo se les facilita.
 -Se enriquecen con el poder en medio de la alabanza mutua y del mutuo ocultamiento de sus fechorías.
-Con tal tengan dinero, lo mismo les da vivir en Grecia que fuera de ella”.

De pronto, interrumpió el diálogo-monòlogo el zumbido  de un helicóptero que  hizo vibrar los techos. Nos asomamos a la puerta,  y una lluvia de panfletos cayò sobre la miseria.




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