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jueves, 26 de noviembre de 2015

MEMORIAS DE DIÒGENES. EL BANQUETE PLATÒNICO.





MEMORIAS DE DIÒGENES

EL BANQUETE PLATÒNICO

-... Ayer, cuando subía a la ciudad desde mi casa de Falero,  uno de mis conocidos  me llamó de lejos y, bro­meando, dijo: “¡Eh, tú, el de la melena gelatinada, ¿no me esperas?” Yo me detuve y lo esperé: era Aristodemo, en compañía de Meliso, el de Samos.
-Apolodoro -me dijo entonces- justamente hace un mo­mento pensábamos en tí, porque deseamos informarnos de la reunión de Diógenes y los Siete Sabios en su banquete del Barrio “Los Mamónides”, con el que quisieron celebrar su ingreso en sociedad.
Luego de salpicar el aire de observaciones jocosas y ponderar la fama que en la historia precediera el regreso de Solón, Quilón y los demás, prosiguió diciendo, casi como si hablase sólo para sí mismo:
-Ya me lo imagino. Todo debió ser estricta etiqueta. Cada quien se recostaría, llegado el momento, en su confortable triklinia. Desde un comienzo, los cubiertos de plata brillarían a la luz de las velas de cera ática. La vajilla, sin duda de porcelana de Kíos,  así como los vasos, forma­rían un solo juego  que contrastaría con los platitos para el pan y la mantequilla. Esta última sería nada menos que de las vaqueras del Pireo. Los esclavos se emularían en el servicio, con esmero en colocar los utensilios “de afuera hacia adentro”, según las más severas exigencias de Karreñodokles. Los manteles serían de damasco y se adoptarían todas las previsiones para que sus bordes no tocasen el suelo. Las copas de rigor montarían guardia, por lo menos en número de tres, frente a cada comensal: una, para el agua cristalina y burbujeante del Guairontas; las otras dos, para sendos nobles vinos, que serían ingeridos durante el “syndeienon”, pues para el “potos” o momentos de “bebida libre”, que vendrían después, serían reservadas muchas otras, con mayor liberalidad y tamaño. ¿No es así, Meliso?
-¡Claro que sí¡ A cada quien se le asignaría un salero y un pimentero, con su nombre inscrito  con el pincel de Apeles. El menú vendría manuscrito sobre  hojas de piel de coco, en conjunto de arte que sería tildado de “formato-poemario”, digno de aquel ágape sa­piencial. Todo sería profundo cavilar filosófico sobre los “éidolos” platónicos, mientras los laúdes de Lesbos, los saxofones de Locrida y los chimbángueles de Betijokes ondearían sus arpegios cual tenue cortinaje de Pylos... ¡Dime, dime, Apolodoro, que es cierto; que todo fue así...!
-”Pues pelas y requetepelas, Aristodemo. La cosa no fue así sino asá...:
Algunas yucas sancochadas, un poco de ají y unos  aguacates  medio-podridos, acompañado todo ello con algunas libaciones de guarapo de papelón, fueron los manjares aquella “Noche Triste”. Reclinados a la manera griega, se enfrentaron a tan descomunal banquete, tratando de roer aquellas raíces que un abnegado gobernante se empeñaba en llamar “yucas”.

Sin el “syndeienon” y sin el “potos” -pues no había nada más qué comer o beber- el banquete de los Siete siguió adelante con la animación que era de esperar en aquellos filósofos roedores. De pronto, Pítacos quiso caer en el tema político y citar casos concretos de corrupción administrativa, pero Tales intervino para decir que traer chismes a la mesa era mala educación.
Periandro le respondió que aquello no era mesa sino una tabla vulgar y carcomida,  que cada vez que iban a comer -lo cual no sucedía con la debida frecuencia- tenían que tomar prestada de la puerta del rancho.
Solón ex­presó que con el pretexto de que algo es “chisme” muchas veces pasa “por debajo de la mesa”, quedando impunes de censura muchos malandrines.
De pronto, la silueta de una persona llenó el marco de la entrada del rancho.
-Soy Osccaridos, esclavo del bufón Uzékliddes, quien está fuera y ruega ser invitado al banquete, a la vez que ofrece  los servicios de payaso.
Uno de los Sabios, enemigo a ultranza de los parásitos, se limitó a respon­der que se fuera con sus maromas a casa de los gobernantes,  quienes por lo menos le darían los huesos al final del simposio.
El banquete terminó con el mismo tono, convencimiento y devoción de un comienzo.
Pítacos dijo  mientras regresa­ban la puerta del rancho a su lugar natural:
-El pueblo de Grecia, al levantarse de la mesa, en vez de hacerlo contento y satisfecho, lo hace con mayores proporciones de arrechera, y no es para menos.
-¡Por Baco y Caco y sus correrías ministeriales! ¿Qué está ocurriendo, Apolodoro? ¡A qué estado han llegado los Siete y Diógenes! ¿Por qué, por qué?
-Pues porque al parecer vinieron a pagar con su pellejo las consecuencias del despilfarro…

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