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jueves, 5 de noviembre de 2015

SIMPLICIO, EL FILÒSOFO DE LA VIDA MUERTA DE GROSEROS Y GROSERÌAS





SIMPLICIO, EL FILÒSOFO DE LA VIDA MUERTA

DE GROSEROS Y GROSERÌAS

Muy seguramente me tildaràn de grosero en el hablar, lo cual no es raro, pues todos lo somos en una forma u otra. Y sòlo hay dos formas. La de los hipócritas y la de nosotros los vulgares del vulgo vulgar.

La diferencia es èsta: los hipócritas  o fariseos del refinamiento protocolar, como temen a las crìticas de las santas cofradìas,  prefieren atragantarse con las monstruosas vulgaridades que cultivan en la mente. Optan por empujarlas al estercolero abdominal con un vaso de agua tomado a sorbos principescos, para presumir de finos. En cambio, el vulgar por naturaleza (naturaliter naturatus natura nata- como diría no recuerdo quièn), expresa las groserìas, las deja escuchar, las suelta porque no quiere morir asfixiado, no desea un infarto. Està convencido de que, desde antes de la Escuela Cìnica, la mejor forma de prevenir los reventones del corazón està en abrir y echar al aire el samuro que nos picotea por dentro. Para que no se pudra allì, para que se disipe en el aire. Justamente, quienes nos critican porque dejamos salir esos voladores, lo que hacen con sus remilgos es atraerlos y absorberlos, ignorando que allì en sus tripas se casaràn y pondrán huevos y tendrán hijos y permanecerán en sus nidos, acumulando toxinas que iràn  minando el organismo, generando enfermedades contra cuya naturaleza y cura no hallan acierto los médicos modernos. Tan ensoberbecidos con sus títulos, tan engreídos en su sabiondez y tan borrachos con su amor a la scientia obtusa, que no quieren o no pueden mirar un poco màs allà de las chatas narices para comprender que lo que ahora es ciencia, antes fue con-scientia, es decir, pre-scientia, intuición, conocimiento extrasensorial. Y también tan cobardes, que no intentan abandonar las huellas cansadas de otros pies, para abrirse y abrir nuevos caminos,  invisibles para quienes no los quieren ver…

Ahora bien. Si este mundo tiene màs de feo que de bonito, ¿còmo vencer la tendencia natural a expresarse adecuadamente, “a tono con la realidad”, como dicen los mùsicos?, ¿Recurriendo a palabras “finas” o “decentes” en un mundo muy poco fino y groseramente  indecente?. ¿Tragando grueso, atragantàndose de rabias, reprimiéndose, estrangulándose, amarràndose a un árbol, sellándose una mordaza?

Es preciso que los lingüistas y toda esa gente dedicada a escarbar el origen, naturaleza, evolución y misterio de las palabras, asì como la propia RAE y los guardianes del buen hablar y del mejor decir, se dediquen ahora a una revisión ìntima del vocabulario, a una “sinceraciòn” del diccionario. Y lo digo porque las palabras, como los hablantes y los “dicientes”, son engañosas, ya por causa de raros caprichos,  ya debido a cuestiones de substancia.

Ejemplo de lo primero lo encontramos en la palabra  idiota pues si bien en tiempos de la Grecia antigua se referìa a las personas que no se metìan en política, hoy es al revés: los idiotas son, justamente, los polìticos. Porque se necesita ser un autèntico estúpido para hundirse en el fango de la inmoralidad y de los falsos valores, dedicando la existencia a vivir del engaño teniendo como motivo de vida el poder y el dinero.

En cuanto al segundo renglón, es decir, a las palabras de substancia degenerada, cabe decir: la inmensa mayoría de las personas ha  sido llevadas a creer que hay palabras decentes, apropiadas, permitidas, “de buen gusto”; y palabras vulgares o groseras. Aquèllas, propias de la gente fina, y èstas, utilizadas por los malvivientes como yo.

Hay que liberarse de ese error garrafal. Es al revés. Existen palabras extremadamente groseras, si se tiene en cuenta no sòlo su significado sino también sus alcances. Son palabras insidiosas, engañosas, armas de filo oculto, de resortes y mecanismos invisibles, como los bastones de los señorones ingleses de los tiempos victorianos, ùtiles para aparentar elegancia, pero sobre todo para fines letales…

Entre las numerosas palabras o frases intrínsecamente, “substantivamente groseras” hasta lo superlativo, se encuentran: aborto, atraco, engaño, fraude, promesas electorales, político, predicador, fariseo, infidelidad, egoísmo, banquero, comerciante, usura, intereses rapiñosos, embargo, cobardìa, guerra, destrucción, tiranìa, ladrones, adulantes, traición, despojo, usurpación, vendepatria, corrupción, desfalco, hipocresía, prepotencia, engreimiento, acoso, persecución, atropello, máuser y pistola, mosquete y china para matar pajaritos, ametralladora y cimitarra, lanza y misil, ojiva y cañoneta, veneno, desechos tóxicos, lluvia àcida, envenenamiento del ambiente, secuaz, esbirro, torturador, violador….etc.etc.etc…..

 Hay también discursos groserìsimos, como èste:

“Conciudadanos. Hoy es un dìa memorable porque hemos declarado la guerra al Estado de…Nuestras tropas, fuertemente acorazadas, provistas de armas e instrumentos de ultima degeneraciòn, de alcances y efectos profundamente destructivos, irrumpirán en el territorio enemigo bajo la orden inquebrantable de “tierra arrasada”. Todos los enemigos deberán ser pasados por las armas sin piedad…
(Y otro cùmulo de groserìas que me da pena mencionar…).

Otros ejemplos de coprolalia substantiva son los discursos presidenciales llenos de principios falsos, de promesas que no se cumplirán, de presupuestos amañados y de resultados fraudulentos que siembran esperanzas en el corazón de los ciudadanos, y terminan frustrándolos.

Debemos llamar la atención hacia los aspectos cuantitativo y cualitativo de las “groserìas”. Cuando se trata de las groserìas tradicionalmente tildadas como tales, las personas involucradas son dos: el que profiere la groserìa y el que la recibe (si es que la quiere recibir, ya que puede rechazarla, a su vez, con otra similar). Pero, cuando se trata de las palabras insidiosamene groseras, como las mencionadas arriba, que pretenden pasar por inocentes y decentes, la realidad es otra. Asì, por ejemplo, cuando  se dice “guerra”, se trata de una groserìa  descomunal, de largos y profundos alcances, porque involucra  a miles y hasta millones de personas aun de varias generaciones, comprometiendo el futuro del país, con pèrdida de vidas y destrucción de bienes. Y cuando se dice “aborto” se implica no solamente a la criatura, sino también a los padres y a los descendientes del abortado que pudieron haber existido en generaciones sucesivas, ahora indirectamente asesinadas por obra del aborto. Màs aun: el aborto le cercena la existencia a un ser que se ganó el derecho a venir al mundo a desarrollarse, a crecer, a realizarse, a valorarse. Màs todavía, si lo dicho les parece poco: la sociedad, el país y hasta la Humanidad pueden ser perjudicados por cada aborto, porque se da la posibilidad de que el “interfecto” hubiese llegado a ser un genio, un creador, salvador de vidas, inventor de medios o adelantos científico.

En cambio, una “mentada de madre”, por màs sonora que resulte, no pasa de la esquina y, sobre todo, carece de trascendencia social o universal. Ni siquiera afecta el ámbito de una manzana, mucho menos de una parroquia. Mas, a pesar de todo esto, se le condena como el crimen más nefando y horroroso.

Los perpetradores del aborto –incluyendo a los médicos que contribuyen a ello y hasta a los legisladores que crearon la ley- no son sino asesinos velados y prepotentes que se valen, cobardemente, de la indefensión del feto y de quienes quisieran que conservara la vida.

Y ¿què de la palabra usura? ¿De esa groserìa descomunal perpetrada arteramente contra la economía, la tranquilidad y el derecho al bienestar, por paràsito infernal, por un chupòtero insaciable, inhumano?

¿Y son poco greoseras las palabras indolencia, indiferencia, insensibilidad, inhumano, explotación, abuso?

No debemos, pues, caer en el error de calificar como groseras ciertas palabras o frases, sin màs, es decir, sin considerar los aspectos cuantitativos y cualitativos. Y ello, a pesar de las insinuaciones de las academias y del puritanismo de los amantes de la urbanidad y de las buenas costumbres.

Es necesario enfatizar que las groserìas tradicionales son palabras, mientras que las “groserìas ontológicas” son màs que palabras, hechos. O, mejor, palabras que reflejan hechos bochornosos, detestables, abyectos, inmorales.

Las apariencias son tramposas, amigos…Por eso ustedes no deben apresurarse a llamarme grosero. Para descalificarme, no deben recurrir a palabras o frases de apariencia inocua pero de finalidad inicua. ¡Cuidado!

En cuanto a que seguramente digan que soy loco y que escribo puras pendejadas, les respondo con una frase de mi amigo Diògenes Sinopeyus: no escribo puras pendejadas sino pendejadas puras….

Êse es mi filosofazo de hoy...aunque no de mi propia cosecha…Lo que no tiene nada de pecado en un mundo donde el plagio es pan de cada dìa.

Porque, ¿què somos los profesores, por lo general, sino plagiadores de lo dicho por otros desde generaciones lejanas?. Màs aun: lo dicho desde hace miles de años por personas de otras latitudes, como Heràclito, Sòcrares, Platòn, Aristòteles y delequedele…

Los dueños de esas pulperìas de la enseñanza, que eufemìsticamente llaman  “institutos docentes”, encarecen la docencia vada vez màs, como si hubiesen invertido dinero en investigar la verdad en la filosofía, en la ciencia, en la pedagogìa. Cualquiera creería que, por haber tenido esos gastos extraordinarios, tuviesen  derecho a vender la educación en forma crecientemente onerosa e injusta. Pero, en realidad ellos no son sino la “lapa” que se aprovecha de los “cachicamos”…

La educación debería ser completamente gratuita, ya que a los muertos que hicieron posible los frutos del pensamiento, nadie les paga. Si no, díganme quièn se ha detenido siquiera a darles las gracias a esos filósofos y científicos que se quemaron hasta los pelos de la nariz con un hachòn, suicidándose paulatinamente con el humo, en busca de la verdad? Nadie les da la gracias, lo que constituye, de paso, otra formidable groserìa…una groserìa substancial y substanciosa…

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