SIMPLICIO, EL FILÒSOFO DE LA VIDA MUERTA
DE GROSEROS Y GROSERÌAS
Muy seguramente me tildaràn de grosero en el hablar, lo cual no es raro,
pues todos lo somos en una forma u otra. Y sòlo hay dos formas. La de los
hipócritas y la de nosotros los vulgares del vulgo vulgar.
La diferencia es èsta: los
hipócritas o fariseos del refinamiento
protocolar, como temen a las crìticas de las santas cofradìas, prefieren atragantarse con las monstruosas vulgaridades
que cultivan en la mente. Optan por empujarlas al estercolero abdominal con un
vaso de agua tomado a sorbos principescos, para presumir de finos. En cambio,
el vulgar por naturaleza (naturaliter
naturatus natura nata- como diría no recuerdo quièn), expresa las groserìas, las deja escuchar, las suelta porque no
quiere morir asfixiado, no desea un infarto. Està convencido de que, desde
antes de la Escuela Cìnica, la mejor forma de prevenir los reventones del
corazón està en abrir y echar al aire el samuro que nos picotea por
dentro. Para que no se pudra allì, para que se disipe en el aire. Justamente,
quienes nos critican porque dejamos salir esos voladores, lo que hacen con sus remilgos es atraerlos y absorberlos,
ignorando que allì en sus tripas se casaràn y pondrán huevos y tendrán hijos y
permanecerán en sus nidos, acumulando toxinas que iràn minando el organismo, generando enfermedades
contra cuya naturaleza y cura no hallan acierto los médicos modernos. Tan
ensoberbecidos con sus títulos, tan engreídos en su sabiondez y tan borrachos
con su amor a la scientia obtusa,
que no quieren o no pueden mirar un poco màs allà de las chatas narices para
comprender que lo que ahora es ciencia,
antes fue con-scientia, es decir, pre-scientia, intuición, conocimiento
extrasensorial. Y también tan cobardes, que no intentan abandonar las huellas
cansadas de otros pies, para abrirse y abrir nuevos caminos, invisibles para quienes no los quieren ver…
Ahora bien. Si este mundo tiene
màs de feo que de bonito, ¿còmo vencer la tendencia natural a expresarse
adecuadamente, “a tono con la realidad”, como dicen los mùsicos?, ¿Recurriendo
a palabras “finas” o “decentes” en un mundo muy poco fino y groseramente indecente?. ¿Tragando grueso, atragantàndose
de rabias, reprimiéndose, estrangulándose, amarràndose a un árbol, sellándose
una mordaza?
Es preciso que los lingüistas y
toda esa gente dedicada a escarbar el origen, naturaleza, evolución y misterio
de las palabras, asì como la propia RAE y los guardianes del buen hablar y del
mejor decir, se dediquen ahora a una revisión ìntima del vocabulario, a una “sinceraciòn”
del diccionario. Y lo digo porque las palabras, como los hablantes y los “dicientes”,
son engañosas, ya por causa de raros caprichos, ya debido a cuestiones de substancia.
Ejemplo de lo primero lo
encontramos en la palabra idiota pues si bien en tiempos de la
Grecia antigua se referìa a las personas que no se metìan en política, hoy es
al revés: los idiotas son, justamente, los polìticos. Porque se necesita ser un autèntico estúpido para hundirse en el
fango de la inmoralidad y de los falsos valores, dedicando la existencia a
vivir del engaño teniendo como motivo de vida el poder y el dinero.
En cuanto al segundo renglón, es
decir, a las palabras de substancia degenerada, cabe decir: la inmensa
mayoría de las personas ha sido llevadas
a creer que hay palabras decentes, apropiadas, permitidas, “de buen gusto”; y
palabras vulgares o groseras. Aquèllas, propias de la gente fina, y èstas,
utilizadas por los malvivientes como yo.
Hay que liberarse de ese error
garrafal. Es al revés. Existen palabras extremadamente groseras, si se tiene en
cuenta no sòlo su significado sino también sus alcances. Son palabras insidiosas, engañosas, armas
de filo oculto, de resortes y mecanismos invisibles, como los bastones de los
señorones ingleses de los tiempos victorianos, ùtiles para aparentar elegancia,
pero sobre todo para fines letales…
Entre las numerosas palabras o
frases intrínsecamente, “substantivamente groseras” hasta lo superlativo, se
encuentran: aborto, atraco, engaño, fraude, promesas electorales, político,
predicador, fariseo, infidelidad, egoísmo, banquero, comerciante, usura,
intereses rapiñosos, embargo, cobardìa, guerra, destrucción, tiranìa, ladrones,
adulantes, traición, despojo, usurpación, vendepatria, corrupción, desfalco, hipocresía,
prepotencia, engreimiento, acoso, persecución, atropello, máuser y pistola,
mosquete y china para matar pajaritos, ametralladora y cimitarra, lanza y
misil, ojiva y cañoneta, veneno, desechos tóxicos, lluvia àcida, envenenamiento
del ambiente, secuaz, esbirro, torturador, violador….etc.etc.etc…..
Hay también discursos groserìsimos, como èste:
“Conciudadanos. Hoy es un dìa
memorable porque hemos declarado la guerra al Estado de…Nuestras tropas,
fuertemente acorazadas, provistas de armas e instrumentos de ultima
degeneraciòn, de alcances y efectos profundamente destructivos, irrumpirán en
el territorio enemigo bajo la orden inquebrantable de “tierra arrasada”. Todos
los enemigos deberán ser pasados por las armas sin piedad…
(Y otro cùmulo de groserìas que
me da pena mencionar…).
Otros ejemplos de coprolalia substantiva
son los discursos presidenciales llenos de principios falsos, de promesas que
no se cumplirán, de presupuestos amañados y de resultados fraudulentos que
siembran esperanzas en el corazón de los ciudadanos, y terminan frustrándolos.
Debemos llamar la atención hacia
los aspectos cuantitativo y cualitativo de las “groserìas”. Cuando se trata de
las groserìas tradicionalmente tildadas como tales, las personas involucradas
son dos: el que profiere la groserìa y el que la recibe (si es que la quiere
recibir, ya que puede rechazarla, a su vez, con otra similar). Pero, cuando se
trata de las palabras insidiosamene groseras, como las mencionadas arriba, que
pretenden pasar por inocentes y decentes, la realidad es otra. Asì, por
ejemplo, cuando se dice “guerra”, se
trata de una groserìa descomunal, de largos
y profundos alcances, porque involucra a
miles y hasta millones de personas aun de varias generaciones, comprometiendo
el futuro del país, con pèrdida de vidas y destrucción de bienes. Y cuando se
dice “aborto” se implica no solamente a la criatura, sino también a los padres
y a los descendientes del abortado que pudieron haber existido en generaciones
sucesivas, ahora indirectamente asesinadas por obra del aborto. Màs aun: el
aborto le cercena la existencia a un ser que se ganó el derecho a venir al
mundo a desarrollarse, a crecer, a realizarse, a valorarse. Màs todavía, si lo
dicho les parece poco: la sociedad, el país y hasta la Humanidad pueden ser
perjudicados por cada aborto, porque se da la posibilidad de que el “interfecto”
hubiese llegado a ser un genio, un creador, salvador de vidas, inventor de medios
o adelantos científico.
En cambio, una “mentada de madre”,
por màs sonora que resulte, no pasa de la esquina y, sobre todo, carece de
trascendencia social o universal. Ni siquiera afecta el ámbito de una
manzana, mucho menos de una parroquia. Mas, a pesar de todo esto, se le condena como el crimen más nefando
y horroroso.
Los perpetradores del aborto
–incluyendo a los médicos que contribuyen a ello y hasta a los legisladores que
crearon la ley- no son sino asesinos velados y prepotentes que se valen,
cobardemente, de la indefensión del feto y de quienes quisieran que conservara
la vida.
Y ¿què de la palabra usura? ¿De
esa groserìa descomunal perpetrada arteramente contra la economía, la tranquilidad
y el derecho al bienestar, por paràsito infernal, por un chupòtero insaciable,
inhumano?
¿Y son poco greoseras las palabras
indolencia, indiferencia, insensibilidad, inhumano, explotación, abuso?
No debemos, pues, caer en el
error de calificar como groseras ciertas palabras o frases, sin màs, es decir,
sin considerar los aspectos cuantitativos y cualitativos. Y ello, a pesar de
las insinuaciones de las academias y del puritanismo de los amantes de la
urbanidad y de las buenas costumbres.
Es necesario enfatizar que las
groserìas tradicionales son palabras, mientras que las “groserìas ontológicas” son
màs que palabras, hechos. O, mejor, palabras que reflejan hechos bochornosos,
detestables, abyectos, inmorales.
Las apariencias son tramposas,
amigos…Por eso ustedes no deben apresurarse a llamarme grosero. Para
descalificarme, no deben recurrir a palabras o frases de apariencia inocua pero
de finalidad inicua. ¡Cuidado!
En cuanto a que seguramente digan
que soy loco y que escribo puras pendejadas, les respondo con una frase de mi
amigo Diògenes Sinopeyus: no escribo puras pendejadas sino
pendejadas puras….
Êse es mi filosofazo de hoy...aunque
no de mi propia cosecha…Lo que no tiene nada de pecado en un mundo donde el
plagio es pan de cada dìa.
Porque, ¿què somos los
profesores, por lo general, sino plagiadores de lo dicho por otros desde
generaciones lejanas?. Màs aun: lo dicho desde hace miles de años por personas
de otras latitudes, como Heràclito, Sòcrares, Platòn, Aristòteles y delequedele…
Los dueños de esas pulperìas de la enseñanza, que eufemìsticamente
llaman “institutos docentes”, encarecen la docencia vada vez màs, como si
hubiesen invertido dinero en investigar la verdad en la filosofía, en la
ciencia, en la pedagogìa. Cualquiera creería que, por haber tenido esos gastos
extraordinarios, tuviesen derecho a
vender la educación en forma crecientemente onerosa e injusta. Pero, en
realidad ellos no son sino la “lapa” que se aprovecha de los “cachicamos”…
La educación debería ser
completamente gratuita, ya que a los muertos que hicieron posible los frutos
del pensamiento, nadie les paga. Si no, díganme quièn se ha detenido siquiera a
darles las gracias a esos filósofos y científicos que se quemaron hasta los
pelos de la nariz con un hachòn, suicidándose paulatinamente con el humo, en
busca de la verdad? Nadie les da la gracias, lo que constituye, de paso, otra
formidable groserìa…una groserìa substancial y substanciosa…
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